miércoles, 12 de enero de 2011

Sobre la repetición.


"La gran ventaja del recuerdo es que comienza con una pérdida, por eso está tan seguro, pues ya desde el principio no tiene nada que perder."


La repetición. Sören Kierkegaard.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Perro en el arcén.

Aquí estoy con la baba recorriéndome la boca y haciendo un charco enorme en este asfalto que me quema los pies, y mira que son gruesos mis pies que el otro día pisé una chincheta y ni me enteré. Y encima tengo que cruzar esta carretera por la que no paran de pasar eso que los humanos llaman coches, que vaya invento más absurdo, con el ruido que hacen y el humo tan desagradable, que es peor que el aliento que me sale cuando mi dueño, por ahorrarse unos euros, me compra la comida esa barata de la tienda de la esquina. Encima no comprende que no me gusta la comida cuando al ponérmela le gruño, y se cree que quiero jugar con él, y me lanza el juguete, ese dichoso juguete que me compró al nacer, y yo, para que no me deje de poner la comida y el agua cada mañana, voy como un idiota a coger el maldito juguete y se lo llevo esperando que comprenda que lo que no me gusta es la comida, y que lo que me cabrea es que, por ahorrarse unas monedas, me tenga aquí con este aliento peor que el humo de los coches.
Todo esto me impide decidirme en que momento cruzo esta maldita calle en la que murió hace poco mi amigo Steve y no quiero que me pase lo mismo, y miro a un lado y a otro, y el dichoso collar que me aprieta el cuello y apenas me deja moverme, y encima mi dueño piensa que me gusta el collar cuando muevo el rabo al colocarme la correa, y el inútil no sabe que lo que quiero es salir de la casa, darme un paseo y respirar algo de aire fresco porque en esa casa no se puede estar, y por eso me escapo y vengo a este arcén, para intentar ir al otro lado de la calle donde están esos perros con los que quiero jugar, pero no puedo porque los coches no dejan de pasar y me temo que voy a tener que volver a casa a comer esa comida, con este collar estrecho y con el pesado de mi dueño.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Heine.

Pocas veces me habéis comprendido,
pocas veces os he comprendido yo,
sólo cuando nos encontramos en el fango
pudimos comprender enseguida.

Heinrich Heine, Libro de las canciones, 1827.

jueves, 21 de octubre de 2010

Uno y uno no son dos.

Fue su mirada eléctrica cargada en unos ojos penetrantes como el cuchillo que confunde su destino y atraviesa la carne. Sí, fue eso... pero no sólo eso.
Fue la lluvia que empezó a caer en el momento más inesperado empapando ese primer instante en que le vi. Sí, definitivamente fue eso... aunque no sólo eso.
Fue escuchar mi nombre vibrando en su voz y temblando en sus labios. Sí, creo que fue eso... pero no pudo ser sólo eso.
Fue su piel, seguro. Esa piel deslizante que al entrar en contacto con la mía hizo que un trazo recorriera mi cuerpo desde talón hasta la punta del pelo más largo de mi cabeza.
Quizá fue eso, su piel... o la lluvia, o el sabor de mi nombre en su voz. O quizá fue que por un segundo creí que uno y uno eran dos.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Amor carbonizado.

El agua no dejaba de caer tras el cristal frío de la habitación.
En el interior una lámpara mal situada iluminaba la espera de esa llamada que estaba por llegar.
Las gotas contra el cristal eran la banda sonora de esta película muda, en blanco y negro y cuyo final se había gastado con el paso del tiempo.
De repente, un fuerte olor a quemado invadió la habitación.
La última rebanada de pan se había calcinado, y entonces supe que al igual que el pan, nuestro amor se había acabado y que de él sólo quedaba un olor a chamusquina y unos restos carbonizados que pronto terminarían en la basura.

viernes, 8 de octubre de 2010

Haiku.

El humo del café
mientras cae el azúcar
la mañana empieza.

lunes, 4 de octubre de 2010

Aunque sea la última vez.

Ven aquí, escucha lo que te digo con la mirada.
No me pidas que lo diga más alto, si ya no me queda voz de tanto gritar.
¿Porque has esperado a que me abra a ti, a que te ceda un hueco de esta vida extrañamente calmada, para marcharte sin decirme al oído unas palabras de alivio?

Vuelve, aunque sea para decir adiós.
Aunque te pierda para siempre, porque eliges otro camino distinto al mío.
Déjame que vuelva a olerte, escucharte y sonreír cuando te brillan los ojos.

Aunque sea la última vez y lo último que vea sea tu sombra al volver la esquina.